Foto: Su Santidad el papa Francisco celebrando la Santa Misa ad-orientem en el altar de San Juan Pablo II.
Sobre este ensayo: Este fué un ensayo que escribí para un curso de Sagrada Liturgia al que asistí el verano de 2023 en la Universidad de los Andes (Chile), que estaba disponible para profesores como parte de la formación académica permanente que promueve la universidad. Me atrevo a compartirlo porque fue bien recibido por mi profesor. Se que trato temas de cierta controversia que podría incluso escandalizar ciertas sensibilidades. Son ideas que he ido desarrollando en el tiempo y ese proceso está aún en desarrollo. Solamente he adaptado el formato para que se vea bien en un blog.
El papa Francisco en su carta apostólica Desiderio Desideravi nos quiere ayudar “a reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana”[1]. Ante el escenario litúrgico de hoy, el Santo Padre hace el diagnóstico que el hombre moderno es como analfabeto, litúrgicamente hablando, ya que no sabe leer los símbolos que están representados en las acciones litúrgicas[2]. Por esta razón, nos perdemos la oportunidad de asombrarnos más profundamente por la belleza de la liturgia. Como respuesta nos recomienda a todos los fieles, laicos y no, formarnos en materia de liturgia y a poner empeño en cuidar el arte de celebrar (ars celebrandi) los santos ritos de la Iglesia. El asombro así fomentado nos debiera ayudar a participar activamente en las celebraciones de la vida de la Iglesia de manera más consistente y permanente en el tiempo, aprovechando de mejor manera las gracias recibidas y fortaleciéndonos para dar testimonio de ellas al mundo. El papa ciertamente muestra que se sigue cumpliendo lo que señala nuestro querido Benedicto XVI, de feliz memoria, que “los sumos pontífices se han preocupado constantemente hasta nuestros días de que la Iglesia de Cristo ofreciese a la Divina Majestad un culto digno de «alabanza y gloria de su nombre» y «para el bien de toda su Santa Iglesia».”[3]
Sospecho que el camino de cada persona para descubrir la liturgia es diferente, todos tenemos sensibilidades distintas, pero, sea cual sea este camino, si se vive con sinceridad y fidelidad, es convergente a lo que nos señala el papa Francisco. Al fin de cuentas se trata de amar al Señor que se nos entrega—especialmente en la Santa Misa—y parece evidente que en la medida que más lo amamos, sea como sea que comencemos a amarlo, pronto amaremos lo que indica su Esposa como camino a relacionarnos con Él y participar de su Misterio.
En lo que sigue, relacionaré las ideas de esta carta apostólica, y otros documentos de la Iglesia, con mi experiencia. Luego expongo algunas conclusiones sobre lo que me parece que podemos hacer para crecer en formación litúrgica tanto en conocimiento como en participación.
Cuando comencé a frecuentar un centro del Opus Dei, año 2003, me llamó mucho la atención la reverencia con la que se trataba al Señor en el Santísimo Sacramento. Esto se manifestaba de mil maneras: una genuflexión cada vez que se pasaba frente al sagrario (¡cada vez! aunque estaba claro que a veces era incómodo), saludar al Señor al entrar a la casa, el sagrario en el centro de la capilla, el uso de bellos y bien dispuestos ornamentos y vestimentas, canto gregoriano, el fino trato a los vasos sagrados, una liturgia claramente dirigida hacia Dios, en fin, la lista podría seguir. Encontré también costumbres que no conocía como la Bendición con el Santísimo, de antiquísima tradición católica. Quedé enganchado. Luego, como miembro supernumerario, descubrí el uso litúrgico del latín, y experimenté una forma de mostrarle mayor cariño al Señor al recibirlo de rodillas en la Santa Misa, entre otros detalles y tradiciones antiquísimas que aún se viven. Estas cosas no son “inventos del opus” sino que es el trato que se le ha dado al Señor desde siempre que se le ha querido, y que ha, de alguna manera, perdurado en algunos rincones de la Iglesia como en la prelatura. Me parece que se refiere, en parte, a esto el santo padre cuando habla del ars celebrandi que tenemos que cuidar y fomentar, aunque con algunas advertencias que vale la pena tener en cuenta.
Como he dicho, los caminos del Señor son variados pero convergentes. A algunos nos sirve mucho el cuidado de los signos externos que, aunque muchos son contingentes, expresan ciertamente cariño al Señor y significan potentemente el misterio que se nos presenta. Vivir la liturgia de esta manera nos lleva a querer más al Señor, a tratarle más, a buscarlo y confiar en Él y su Misericordia, buscar adorarle y descansar en su Presencia. Otros pueden tener la experiencia de que el amor al Señor, descubierto por caminos diferentes, por ejemplo por la devoción a su Sagrado Corazón, la contemplación de su Divina Misericordia o la ayuda a los más necesitados lleva naturalmente a querer adorarle según los ritos establecidos por la Iglesia, con cada vez mayor fidelidad. El amor a Dios vivido con sinceridad converge en, es lo mismo que, el amor a su Iglesia. Se vislumbra esta idea en el axioma de la tradición cristiana lex orandi, lex credendi, lex vivendi: la Iglesia cree en cuanto y en cómo ora y vive en cuánto y en cómo cree. Como el mismo papa Francisco expresa, parte importante de formarse (entender lo creído) consiste en participar en la liturgia que nos educa en la Fe.
La diversidad de los caminos lleva a pensar que es adecuado que se dé naturalmente una unidad sin uniformidad en la Iglesia. Se nota especialmente en la diversidad de ritos que existe en la Iglesia. Cada uno con su historia, su cultura y sus fieles diversos pero unidos en un mismo Cuerpo Místico que día a día en cada momento adora a Cristo en el único Santo Sacrificio del Altar.
El año 2018 noté que en redes sociales algunos católicos, sobre todo en EE.UU., discutían sobre la “traditional latin mass”. En un principio pensé que era lo que había visto en los centros del Opus Dei: la misa dicha en latín. Con el andar del tiempo me di cuenta de que no era así. Ellos se referían a lo que el papa Benedicto XVI llamaría la forma extraordinaria[4] del rito romano, que es el modo en que se celebraba la Santa Misa antes de la reforma que ocurrió después del Concilio Vaticano II, según fue visto necesario y mandado por el mismo concilio. Tristemente hay bastante controversia hoy en la Iglesia en torno a este tema. De hecho, la misma carta del papa Francisco Desiderio Desideravi es la respuesta del Santo Padre a lo que vino a ser el desarrollo de la discusión posterior a la promulgación de su motu proprio Traditiones Custodes, donde reguló nuevamente el uso del misal preconciliar, restringiendo su disponibilidad con respecto a la previa liberalización por parte de Benedicto XVI en su motu proprio Summorum Pontificum. También se cambió la forma que se entiende el rito romano. Benedicto XVI había declarado que la forma extraordinaria (terminología introducida por el mismo pontífice) nunca había sido abrogada y que “lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial”[5]. Por otro lado, el papa Francisco declara que “Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”[6], efectivamente abrogando la distinción entre forma ordinaria y forma extraordinaria. El papa Francisco insiste en este último punto en Desiderio Desideravi, que resulta difícil de entender del todo sin este trasfondo, aunque de igual manera se le puede aprovechar. Aparte de esto que es un poco técnico y no necesariamente una contraposición entre los papas (los papas son como nosotros y tienen su propias sensibilidades), y mil otras controversias en redes sociales, una de las cosas que se dice sobre la misa preconciliar es que es más reverente que la forma nueva del rito, que las dos son muy distintas entre sí, y que era la forma en que todos los santos que conocemos habían experimentado la Misa. Esto me llamó la atención y quise, antes de Traditiones Custodes y dado que lo último que se sabía era que Benedicto XVI quería fomentar su uso, enterarme de que se trataba.
He tenido la oportunidad de asistir varias veces desde entonces a misas usando el misal antiguo. En Roma tuve la oportunidad asistir a misas celebradas por unos sacerdotes, en plena comunión con el papa, que celebran la forma antigua. Admito que me sentí incómodo. En primer lugar, por desorientación, no saber si arrodillarme o sentarme o pararme, persignarme, ni siquiera si responder. Tenía una vaga noción de en qué parte de la Misa estábamos, aunque fue muy claro cuando fue la consagración... de la que no oí nada. Entendí el porqué de la insistencia en tener un misal a mano. ¡Hasta las lecturas no calzaban con lo que se leía en el resto de la Iglesia ese día! En segundo lugar, porque sabía que esto era muy antiguo y resultaría muy familiar para todos los santos cuyo nombre puedo recordar. Mirando alrededor: estaba la fila de penitentes buscando confesarse durante la Misa, familias con niños chicos, alguna guagua que lloraba, los niños de entre dos y cuatro año que son revoltosos, los que le rezan a alguna imagen en un rincón encendiendo una vela (de cera), gente con misal, todos bien vestidos: una sensación de reverencia contagiosa. Uno de mis autores espirituales favoritos, Scott Hahn, asiste regularmente a misa en la forma antigua, y dice que se siente más en casa en la misa nueva, porque ahí creció, pero que conocer la forma tradicional ha sido para él una experiencia transformadora y que tiene una opción preferencial por esa forma[7]. Me siento identificado con estas ideas.
Volviendo a mi vida habitual. Doy gracias a Dios de estar rodeado de santos y reverentes sacerdotes que celebran con toda reverencia la Misa nueva y nos predican cosas que elevan el alma en acción de gracias, nos enseñan a reconocernos pecadores pero alegres de ser redimidos, nos animan a confesarnos frecuentemente, nos dan los Sacramentos, se preocupan de nosotros espiritualmente, nos forman en la liturgia, nos mantienen fieles a la Iglesia y al papa, nos bendicen nuestros días y nuestras fiestas. En fin, pastores de esos con olor a su rebaño. Mirando alrededor, se parece mucho a lo que vi en aquella parroquia en Roma.
También miro más lejos y veo que el panorama no es igual para todos. Veo que puede haber más personas como yo, pero que no tienen acceso al mismo ambiente, y que se beneficiarían enormemente de una mejora del ars celebrandi como prescribe el papa. Esta mejora no tiene que porqué ir en desmedro de los que esto les puede ser más indiferente.
Leyendo Desiderio Desideravi con detención uno no puede dejar de imaginarse un padre amoroso que solo quiere el bien de sus hijos espirituales, a quienes conoce en sus aspiraciones y también en sus defectos. Creo que mucho de lo que el papa quiere lograr se puede hacer predicando e introduciendo algunas cosas de a poco.
Vale la pena insistir mucho en predicar sobre la comunión reverente y la confesión frecuente. Más ahora que hemos pasado por un tiempo en que se ha hecho costumbre recibir al Señor en la mano[8], y el ambiente de la sociedad hace difícil vivir la Fe. Ya es revolucionario en esta sociedad ser católicos, por lo que insistir en las formas católicas de culto no puede traer ya mayor sorpresa o escándalo. Yo creo que se sorprenderían muchos sacerdotes si hicieran algo tan sencillo como ofrecer un reclinatorio opcional en la fila de la comunión, para recibir de rodillas, de lo mucho y con qué gusto los fieles harían uso de él. Normalizar el catolicismo piadoso.
Otra idea es la de volver a usar más frecuentemente el latín. Recordar que el Concilio Vaticano II, al declarar la necesidad de reformar la liturgia, indicó:
§ 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.[9]
Hoy vemos que el vernáculo ha desplazado completamente al latín en la gran mayoría de las misas, salvo un poco de canto gregoriano disperso por ahí. El latín se sigue usando en las Misas del papa, por lo que podemos mostrar mayor unidad con el Santo Padre sí aprendemos a ir a Misa en latín. El papa reza el Ángelus en latín. Se pueden mencionar muchos otros beneficios del uso litúrgico del latín, pero me causo una fuerte impresión oír alguna vez que el latín es uno de los tres idiomas en que se clavó la sentencia de nuestro Señor en la Cruz, y que es el idioma que hablaban sus verdugos mientras lo torturaban. Luego el latín fue conquistado y adoptado como el idioma de la Iglesia como signo del triunfo y la Gloria de Dios y de su reinado sobre el universo. Enseñar el simbolismo del uso litúrgico del latín ayuda mucho.
Por otro lado, el Cardenal Sarah, mientras era prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (hoy dicasterio del mismo nombre), hizo un llamado para fomentar la celebración en postura coram deo, es decir de espaldas al pueblo (como en la misa tradicional). El misal romano actual de hecho asume que esta es la postura habitual, ya que indica constantemente al sacerdote cuando debe darse vuelta y dirigirse al pueblo. Esto también enfatiza el misterio de lo celebrado en el Santo Sacrificio del Altar. Nuevamente, hay que acompañar esto de explicaciones del simbolismo significado en la postura litúrgica para beneficio de los fieles.
El papa habla mucho de la importancia del silencio en la liturgia. Al hombre de hoy le incomoda el silencio, pero es en silencio donde el mismo Señor nos dice que lo encontraremos. Dar espacios de silencio también enfatiza más momentos importantes de la Misa donde tenemos que asentir de corazón y a viva voz a los misterios.
Por supuesto, insisto, la implementación de cualquiera de estas ideas debe hacerse con mucha tranquilidad y educando a los fieles en su sentido litúrgico y simbólico. También cuidar de no caer en la rigidez que tanto denuncia el papa Francisco. Estas ideas tienen que ayudar a los fieles, sin caer en un rigorismo vacío o un voluntarismo, buscando mayor unión con el Señor representando de mejor manera el misterio de su liturgia. En última instancia, el sacerdote es el que debe discernir que hacer en cada caso y a los fieles nos toca responder con aceptación y apoyo cualquiera sea su decisión. Es falso creer que podemos lograr algo por nuestros escasos méritos, sino que nos conviene recordar que todo nos viene de la Gracia que nos da el Señor y solo acertamos si respondemos a Él con sumisión al sacerdote que lo representa en la liturgia.
Quiero cerrar agradeciendo la oportunidad que me ha brindado el curso de leer con detalle esta carta del Santo Padre, y darle un poco más de forma a lo que pienso en torno a la liturgia. Me he enterado de aspectos nuevos que no conocía de los simbolismos de la liturgia (sobre todo el revestimiento de los sacerdotes), oraciones y actitudes a tener en cuenta durante la celebración. Espero participar de otras instancias similares en el futuro.
Referencias
[1] Francisco, “Carta apostólica Desiderio Desideravi sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios” 62.
[2] Ibid, 44.
[3] Benedicto XVI, “Carta apostólica en forma motu proprio Summorum Pontificum”.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Francisco “Motu Propio Traditiones Custodes sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970” Art 1.
[7] Scott Hahn sobre la Misa tradicional: https://www.youtube.com/watch?v=WKVMIpH77Hc (vínculo viejo: https://www.youtube.com/watch?v=GUvwllaZyIc).
[8] Comentario al pie: Me toca ayudar durante la Misa con cierta frecuencia, y no he podido dejar de notar que cuando estaba en total vigencia la norma de recibir en la mano casi no había partículas del Santísimo Sacramento en la patena para la Comunión de los fieles, mientras que en tiempos normales donde la mayoría recibe en la boca suele haber partículas. ¿Qué pasó con esas partículas que faltan?
[9] Concilio Vaticano II “Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia”